Sálvese quien pueda

Tobi y los chicos malos del oeste



domingo, 25 de julio de 2010

ALBERTO DICE ¡MUERTE A LOS CURAS!

UN JESUITA QUE ESTA POR QUE MATEN A LOS CURAS
(y un agnóstico que los defiende con ternura)


Esta discusión me hace recordar lo que ocurrió en Lima a comienzos de los 90. Mario Vargas Llosa, el agnóstico confeso, se enfrentaba a un japonesito desconocido que profesaba la fe católica, apoyado por unos cuantos evangelistas.
¿Cómo reaccionó el clero peruano? El arzobispo y cardenal Vargas Alzamora, un jesuita, por cierto, apoyó al agnóstico por encima del creyente y hasta se expuso a charlotadas de lo más ridículas como ese episodio de la maletera del auto en pleno furor electoral.

Aquí pareciera que el agnóstico fuera Alberto y que yo --quizá porque mi barriga refleja mi afición por el yantar--, como que fungiese de obispo, o por lo menos de cura párroco. Cómo si no entender que Alberto, que de embrión a feto se formó en los claustros jesuíticos, ahora con los inexorables años a cuestas esté del lado de los comecuras comunachos republicanos mientras que yo, un descreído desde siempre, apoye a quienes salvaron a la Iglesia en España. Paradojas de la vida.

Tras un elegante y detallado repaso histórico del estado de cosas peninsular antes de la conflagración (lo cual prueba o que tiene una memoria de elefante o que es muy ducho en cómo googlear bien) mi querido Alberto demuestra palmariamente que la culpa de la Guerra Civil fue la ambición de los generales rebeldes, azuzados por la extrema derecha y el clero. Olvida decirnos, o no googleó lo suficiente, que ese "accidente" de Sanjurjo se rumorea hasta hoy que no fue tal sino que se trató de un sabotaje al avión en que viajaba el general para enardecer los ánimos de los otros militares menos entusiastas y que, así, se plegaran al movimiento. De tal diabólica maniobra se les acusa a los mismos falangistas, quienes habrían propiciado ese sacrificio involuntario para tener su mártir. El martirologio también alcanzó, como todos sabemos, a José Antonio Primo de Rivera, el ideólogo de la Falange.

Pero aquí no estamos analizando las causas de la guerra y ni siquiera la ética de las partes beligerantes (que para mí ambos bandos fueron sanguinarios e hicieron de su suelo patrio un campo experimental para la Luftwafe de Hítler y los MIG de Stalin). Lo que ha motivado este debate ha sido la expresión de mi opinión de a quién hubiese apoyado yo durante la Guerra Civil. No antes ni después. No me interesa que al pobre Azaña lo hubieran utilizado los socialistas, y ni siquiera me interesa que desde antes del estallido de la contienda ya los comunistas –verdaderos instigadores de la violencia— se habían dedicado a quemar iglesias, a matar sacerdotes y a violar monjas. El plan marxista ya se estaba gestando desde Moscú. Pero, repito, para esta duscusión lo que cuenta es que Alberto insiste en que hubiera apoyado a los rojos (antes, durante o después de la guerra) mientras que yo, desde mi palco o mi barrera, hubiera hurrado (porque de ninguna manera hubiera ido a pelear por una causa que no me tocaba) a los milicos que desfacieron el entuerto estalinista.

Lo repito hasta la saciedad, para que no te confundas en tu réplica a ésta:
No soy, no he sido, ni seré fascista, como tampoco he sido, soy o seré aprista, pero en caso de votar (cosa que no hago nunca por mis convicciones éticas y por ociosidad, so riesgo de ganarme un cero en Educación Cívica) en las últimas elecciones peruanas, lo hubiera hecho por el gordo del chalinón y no por el desastrado comandante apoyado por Hugo Chávez.
Cuando digo que hubiera preferido al franquismo estoy diciendo lo mismo que si hubiera votado por Alan –yo, que tengo razones familiares y personales para nunca haberlo hecho-- en vez de Humala.

¿Te sigues reafirmando en tu apoyo simbólico a las milicias rojas republicanas?

Ahora sí estoy a punto de enviarte al fuego purificador de nuestra hoguera para escaldar el 50% de tu piel con quemaduras de segundo grado.
Para eso necesito la anuencia de los otros cuatro, pero veo que no se manifiestan.
Y, además, no entran visitantes a nuestra Inquisición.

Ignacio

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