LO QUE SEA, MENOS EL COMUNISMO
(Aclarando mi ideología y mi sentido del pragmatismo)
En el artículo “Armandito y la España dolida” comenté que durante la Guerra Civil española lo más probable es que yo hubiera estado del lado de los fascistas, con Franco a la cabeza.
Afirmo que detesto las dictaduras de cualquier tinte político, y no podría vivir en una de ellas, como que me decidí a vivir en el extranjero durante los nefastos años del velascato.
Pero, si me ponen una pistola en el pecho --y no quiero cometer suicidio por interpósita persona (vicariantemente)-- y se me dice que debo elegir una de dos: o vivir bajo la bota de Pinochet o tras la barba inmunda de Fidel, mi elección sería obvia: ¡Viva Chile, mierda!!!
¿Eso quiere decir que soy fascista o proclive al fascismo?
No es el caso, en absoluto. Creo que ambos, el fascismo y el comunismo, fueron experimentos socio-económicos del siglo XX felizmente superados por la mayoría de las sociedades occidentales responsables.
No pretendo repetir aquí los despropósitos de ambos inicuos sistemas, pues todos podemos recitar de memoria lo que cada uno de ellos implica en términos de la supresión de la libertad individual; pero tenemos que reconocer que en el comunismo, además de perderse la libertad y de convertirse en una pieza del mecanismo estatal, el ser humano también pierde el derecho a la propiedad en aras de una más justa distribución del capital. El fascismo fue genocida pero el comunismo más aun. El fascismo otorgaba una relativa y sesgada libertad de credo (en Alemania no se podía ser judío pero sí cristiano) mientras que el comunismo ateo, muy democráticamente, persigue a todas las religiones y ejerce una tiranía hasta en el campo espiritual, más allá de lo ideológico.
Veamos lo que ocurría en la España de los años 30, tras la caída de Alfonso XIII y la instauración de la Segunda República de Manuel Azaña.
España estaba sumida un caos total. La dirigencia republicana, abiertamente socialista, empezó a profundizar los cambios sociales y económicos que se dirigían abiertamente al comunismo (¿recuerdan el velascato?) y era cada vez más cercana su relación con el imperio soviético de Stalin.
Las Fuerzas Armadas españolas no compartían esa ideología y respaldaban los valores tradicionales de Occidente. Por eso Franco insurgió contra la Segunda República y después de tres años de carnicería por parte de ambos bandos, los comunistas fueron masacrados u obligados a exiliarse en otros países.
¿Qué hubiera sido de España en caso de haber resultado victoriosos los rojos?
Sólo podemos especular, pero no es tan peregrina la idea de suponer una España satélite de Moscú, como lo fueron Polonia y Checoslovaquia, con la destrucción de todo el aparato europeo occidental que, felizmente, se conserva hoy en la península.
Recuerdo a ese empresario textil barcelonés que cuando se le preguntó qué pensaba de Franco (Cataluña fue un bastión republicano en la Guerra Civil), respondió:
--Que muera Franco… pero ¡que viva mil años!
Estaba graficando muy bien la ambivalencia que sentía por el franquismo. Fiel a su ideología republicana deseaba la muerte del Caudillo, pero su sentido pragmático le hacía venturarle una larga existencia. ¿Por qué? Porque gracias al orden y al sistema capitalista que caracterizaron el régimen de Franco, el catalán se había hecho millonario, cosa que no hubiese ocurrido de triunfar la República.
No hay sistema perfecto, y la libertad es sacrosanta --hasta se da la vida por ella--, pero no minimicemos la eficacia de ciertos regímenes duros en algunos aspectos.
Cuando yo viví en la España de los sesenta, el país estaba bloqueado económicamente por Estados Unidos y Europa, justamente por ser el único baluarte fascista sobreviviente en ese lado del mundo y, por tanto, la industria más poderosa de los españoles era el turismo (“la industria sin humos” la llamaban). Por esa época el orden estaba casi garantizado en las ciudades importantes y la delincuencia, mucho más controlada que hoy. Se podía pasear por el Barrio Gótico catalán o por las callejuelas más umbrías de Madrid en altas horas de la noche sin que uno fuera atracado por los malhechores. Es que el gobierno, para proteger el mayor recurso de su ingreso de divisas, o sea el turismo, tenía que garantizarles seguridad a los visitantes. En consecuencia, si algún turista era asaltado, las penas carcelarias eran severísimas, y si la víctima resultaba herida o muerta, el delincuente enfrentaba al pelotón tras un juicio sumarísimo.
Volviendo al tema: en los años 30 en España era imperativo apoyar a uno de los dos sistemas en pugna. Y yo me reafirmo --siendo, como soy, visceralmente antifascista--, que hubiera apoyado a Franco y sus secuaces, quienes tras casi cuarenta años de tiranía, permitieron que se salvaran los valores tradicionales que hoy florecen en la península.
Lo cual me lleva a comentar que ahora sí es el momento de instaurar una República (la tercera en España), de corte democrático y representativo, tras la erradicación de la monarquía mediante una Asamblea Constituyente, sin el derramamiento de una gota de sangre, pues los españoles, como ya lo dije, merecen hoy ascender de súbditos a ciudadanos. Merecen ser todos iguales ante la ley y que no haya nadie superior a los otros desde el mismo instante de su nacimiento.
Otra vez la pregunta: ¿Pinochet o Castro? ¿Franco o Stalin?
Yo también, como Alberto, soy librepensador, independiente, escéptico, y más que él, soy descreído en asuntos espirituales y agnóstico. A diferencia de él, no soy anarquista ni nunca lo he sido, pues creo que una nación funciona mejor cuando se organiza que cuando cada uno hace lo que le viene en gana.
Por eso, cuando Alberto dice que cualquier cosa menos fascista, está dejando en su corazoncito un generoso rincón que pudo haber albergado al republicanismo durante la Guerra Civil. Alberto hubiera apostado por Stalin en lugar de Franco. Yo no, a pesar de que ambos eran terribles males, pero uno de ellos, el comunismo, lo era de proporciones apocalípticas.
Por eso, Alberto, así como tú tienes el derecho de imaginarme saludando con la palma del brazo derecho extendida y cantando Cara al sol (cosa que en mi fuero interno repudio), desde ahora yo te voy a imaginar como un miliciano rojo asesinando curas y luchando por la instauración del estalinismo en la península ibérica.
Felizmente que tu responsabilidad ante la Historia pertenece al género de la ucronía.
Aún así seguiremos siendo buenos amigos y no te condenaré --todavía-- a arder en nuestra propia hoguera de inquisidores feroces.
Ignacio
No hay comentarios:
Publicar un comentario