¿MANIQUEO O MANIQUI?
Como sabemos, o ya deberíamos saber (¡Viva el Google, Alberto!), maniqueísmo es la doctrina originada por el teólogo Manes en los primeros siglos de nuestra Era, y según la cual todo lo existente se divide en bueno y malo, santo y demoníaco, cuerpo y espíritu. Es decir, hay una dicotomía de absolutos sin términos medios. Blanco o negro, sin grises.
Por extensión, un maniqueo es aquél para quien sólo caben dos posiciones extremas. Se pertenece a la una o a la otra, sin que se consideren los matices intermedios.
Tildar a alguien de maniqueo es acusarlo de dogmático en su posición ideológica.
Todo este preámbulo para dilucidar los matices del gris que hay en casi todas las cosas que existen. Fíjense que digo en “casi” todas las cosas.
Me viene a la mente la respuesta tibia pero conciliatoria de ese diplomático –¡cómo no!-- a quien se le preguntó por su color favorito, y respondió: “El arco iris”.
Sin compromiso se flota en un mar de indefiniciones, en un cosmos a la deriva.
Hay situaciones en la vida en las que se debe optar por el maniqueísmo porque no existen tonos intermedios.
Pregúntesele a un judío si el nazismo es bueno o es malo, y se obtendrá una respuesta absoluta, sin concesiones intermedias, sin puntos de discusión. Y no sólo eso, sino que tal interrogación engendrará en un descendiente de alguna víctima del horror del Holocausto hitleriano una intensa ira que hasta podría convertirse en una acción de justificada violencia (si es que la violencia alguna vez puede tener justificación).
Y este es un caso tipico de fijación de una posición en términos absolutos. Los nazis fueron (aún lo siguen siendo los pocos supérstites de esa secta maligna) una aberración de la naturaleza humana, y oponérseles --habérseles opuesto en su cénit histórico--, constituye un deber de alguien bien nacido.
Y aquí va la explicación del título de estas divagaciones traídas a colación por los comentarios de Alberto. A veces en la vida hay que ser maniqueo para no ser maniquí.
Es decir, hay ocasiones en las que lo malo es tan malo, tan horriblemente perverso, que debe haber unanimidad entre los buenos para combatirlo sin cejar y hasta las últimas consecuencias, so rieso de convertirse en unos maniquíes o muñecos pasivos que se dejan arrastrar en caso de no hacerlo.
Alguien dijo: “Cuando tienes que hacer una decisión y no la haces, eso en sí mismo ya es una decisión”.
Y otro dijo: “Todo lo que necesitan los malos es que los buenos se crucen de brazos”.
Y esa pasividad de maniquíes ha ocurrido varias veces en la Historia quizá, en algunos casos, por la renuencia de los justos a ejercer un maniqueísmo ardoroso.
Ignacio
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