
Sobre cuernos y cornudos
Prohibieron las corridas de toros en Cataluña y mi amigo Ignacio nos envía un simpático relato en el que combina recuerdos de niñez con elucubraciones filosóficas sobre el espectáculo sangriento de la tauromaquia. Para mi el toreo también genera recuerdos de tardes de Octubre en Acho. Mi padre también era aficionado pero yo nunca lo fui, no porque no despertara en mi cierta curiosidad el duelo mortal en el ruedo sino que este, como espectáculo, siempre me pareció degradante, no a los participantes sino a los que pagan muchas veces una pequeña fortuna para gozar del placer de aquello que llaman «La fiesta brava». Si buscara una comparación lo haría con el duelo de gladiadores en tiempos del Imperio Romano. El enfrentamiento encierra el misterio de la lucha por la supervivencia devaluado al ser transformado en vil espectáculo para el deleite de la concurrencia. En el caso de los toros, como las estadísticas lo demuestran y utilizando los términos de hoy, el combate es asimétrico. Las posibilidades del toro de cornear al torero son mínimas y la probabilidad del animal de pastear una vez más tranquilo en su dehesa es casi inexistente. El toreo por lo tanto también, como duelo, no es una muestra de pundonor sino un fraude y si el torero resulta herido, no es debido a la habilidad del animal sino a un error del humano. Pero en fin de cuentas es verdad que sea por la razón que sea y sean cual sean las posibilidades de ambos, el torero arriesga su vida en la plaza, pero no los espectadores que en una gran mayoría acuden por curiosidad turística, exhibicionismo, morbosidad o deseo de gozar de una descarga de adrenalina y dopamina a costa del pellejo de otros.
La sensatez por fin ha llegado a Cataluña y de la misma manera que se eliminaron las ejecuciones públicas como espectáculo para el populacho, hoy día el toreo como espectáculo ha desaparecido de una de las regiones más intelectuales y sofisticadas de la península Ibérica.
¡ Olé !
Alberto
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