Sálvese quien pueda

Tobi y los chicos malos del oeste



sábado, 24 de julio de 2010

Baladas para unos locos












Balada para un loco.

« Las tardecitas de Buenos Aires tienen un qué se yo…»

He pasado por esa ciudad tres veces y debo aceptar que es cierta la fanfarronería porteña que la declara una, sino la más señorial del orbe.

Buenos Aires no tiene la belleza natural de Rio de Janeiro pero tiene alma y una personalidad construida por olas de inmigrantes que forjaron en ella una de las urbes más imponentes de este planeta. Aun en tiempos difíciles, cuando la Argentina tenía más presidentes que la selección gaucha y gracias al infame corralito todos sus habitantes sobrevivían en la pobreza, Buenos Aires nunca perdió su dignidad.

Recuerdo la primera vez que la visité. Eran los inicios de los años sesenta y visitábamos a familia diplomática residente en el barrio norte de Palermo. Argentina vivía un respiro de sus eternas crisis y la impresión que causó en mi fue inolvidable. Yo era un adolescente, o mejor dicho un pre adolescente que empezaba a descubrir la belleza del sexo opuesto y no pasé de eso, un aprendiz de mirón. Pero que belleza de mujeres esas argentinas que paseaban en el sol invernal de ese elegante barrio residencial.
Luego, a inicios de los setenta regresé de recién casado. Esta vez el territorio fue Florida, Corrientes y Lavalle, o sea el centro de la ciudad. La buena comida y los buenos espectáculos disfrutados en brazos del amor. Nos alojamos en un hotelucho en el que se alojaban ruidosos turistas brasileños. Éramos pobres y bailábamos la noche en el Spadavecchia de la Boca luego de saciar nuestro hambre en El Palacio de las papas fritas.
Hace ocho años regresamos, esta vez aristocrático barrio de La Recoleta. El peso argentino no valía nada y los hoteles se llenaban de chilenos y peruanos. De día, en plan de « Shopping » y de noche en las tanguerías y milongas que presentaban espectáculos fabulosos a precios ridículos. Comimos como reyes en Puerto Madero. Disfrutamos de tango callejero en San Telmo y en El viejo almacén y en esa trampa para turistas que se llama Mister Tango. El centro de la ciudad ya no era lo mismo, se respiraba temor hasta en la Plaza de Mayo y el Obelisco ya había sufrido la rebelión de los piqueteros. Pero en el fondo la ciudad seguía tan linda como siempre y al porteño la crisis lo había vuelto humilde sin perder su dignidad.

Ya sé, son impresiones más de turista que de viajero. Pero que le voy a hacer, es lo que soy. Y este viajero aficionado recuerda con especial cariño un domingo invernal de sol paseando por ese mercado de pulgas en que se convierte el barrio sur de San Telmo. Ahí, entre otras cosas descubrí las imágenes de Sara Facio

Alberto

Fotos de Borges, Piazolla y Cortazar por Sara Facio.
Foto en colores: Barrio de San Telmo, un domingo de Julio del 2002.

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