Sálvese quien pueda

Tobi y los chicos malos del oeste



sábado, 24 de julio de 2010

Armandito y la España dolida

A raíz del escrito de Alberto sobre el Valle de los Caídos, va esta historia sobre un personaje admirado y muy querido de mi paso de la niñez a la adolescencia.



Armandito y la España dolida


Para quienes no me conocen, debo empezar diciendo que viví con mis familiares en Barcelona durante el bienio 1965-1966. Fue la época de mis más gratos recuerdos, con 18 primaveras sobre los lomos, una salud a prueba de laboratorios farmacéuticos (¡toma,Emilio!) y con centenares de turistas europeas, principalmente inglesas y alemanas a la mano, pululando en las playas de la Costa Brava y con la desembozada intención de conocer --bastante de cerca-- a algunos españolitos, quienes, por ese entonces, y creo que todavía –junto con los italianos— ostentaban con orgullo el ser los amantes latinos por antonomasia. Yo no era un españolito, pero bien podía pasar por uno de ellos, y hasta en más de una ocasión me sorprendí hablando con las zetas y diciendo “dejao” y “empezao” para ofrecerles lo que ellas demandaban, olvidando en la tal innecesaria empresa –tonto de mí— que ellas no entendían ni la mitad de lo que el potencial romeo les decía. Y ni falta que hacía, pues --pragmáticas ellas--más les importaba el lenguaje corporal. De esa época borracha de juventud, amor familiar y husmeo de la vida adulta, nacieron estos versos que aquí incluyo de memoria, para que se vea, también, que mi poesía era altisonante, vacua y candidota.

Ciudad condal de mil recuerdos llena
Los días de un precoz aventurero.
Mis versos hoy resienten honda pena
Cuando evoco tu trazo tan austero
Tu gente noble de adustez serena
Tus noyas, brisas de la primavera
Lozanas y con sol de Costa Brava.
En ti supe querer a España entera
Y fuiste tú en mi juventud primera
¡Crisol que el mar latino me brindaba!


Pero lo que me anima ahora es contar algo relacionado con Armando Bazán y con la España dolida.

Como todos sabemos, la Guerra Civil española (1936-1939) fue una de las más sangrientas confrontaciones bélicas de la Historia. Es que los odios fraternos son más intensos que cuando se detesta a terceros no consanguíneos. Pareciera que del amor al odio hay sólo un suspiro –o una idea— que determina fratricidios y parricidios.
Una historia que oí contar en Barcelona fue la de ese miliciano republicano que alertó a sus camaradas de bando de que en una casucha en las afueras de la ciudad moraban unos connotados adversarios falangistas; que llevó una patrulla hasta ese lugar, y que desde fuera gritó: “¡Padre, madre, abrid que soy Antonio!”; que después de unos momentos se escuchó que alguien removía los parapetos tras la puerta, y que cuando ésta se abrió, aparecieron dos ancianos sonrientes ante la presencia del hijo; y que éste, sin vacilar, dijo a sus compañeros : “¡Estos son!”, tras lo cual los milicianos ametrallaron a los viejos.

Así fue la Guerra Civil, un océano de pasiones tempestuosas que dividió a los españoles y que manchó con sangre indeleble la piel de toro peninsular. Tan indeleble que hasta hoy existen ánimos irreconciliables entre los que imaginan a España como una república democrática poblada por ciudadanos y los que la prefieren --como es actualmente-- una monarquía constituida por los súbditos de un rey que los representa por derecho de nacimiento, lo cual fue el legado franquista impuesto con métodos fascistas.

La pregunta que siempre me he hecho es ¿de qué lado hubiese estado yo durante ese conflicto fratricida? Creo que por la Falange, porque, si bien es cierto que esa agrupación creada por José Antonio Primo de Rivera, era de una pura raíz fascista y que estaba apoyada por el nazismo (una derivación del fascismo), por otro lado, combatía la injerencia, la infiltración, comunista en España (y Europa), a través de la ayuda soviética. De haber triunfado el republicanismo con el apoyo comunista, España habría devenido un satélite marxista con una posición estratégica, a la entrada del Mediterráneo, y con lo que eso implicaba en cuanto al trastocamiento de los valores tradicionales de la España de siempre bajo la rígida y cruel autoridad del genocida Stalin. Con Franco, por lo menos, los valores occidentales continuaron y, a su muerte, se fue a una democracia tutelada por la autoridad de un monarca constitucional. Creo, también, que el campo está fértil hoy y maduro para, incruentamente, por mayoría popular, convocar a una Asamblea Constituyente y convertir a España en una república representativa democrática sin ningún tutelaje real.

Políticas aparte. ¿Quién fue el Armandito que se anuncia en el título de este coloquio?
Su nombre fue Armando Bazán, un cajamarquino que fuera íntimo amigo de César Vallejo y que escribió la biografía más de cerca, más íntima, de todas las que existen del bardo peruano (“César Vallejo, dolor y poesía”). Armando, también fue, por algunos años, el marinovio de una hermana de mi padre, la tía Coty, cariñosa hasta la exageración y viuda consuetudinaria, hasta por tres veces.
Armandito recalaba en mi casa de Mariano Odicio, con la tía Coty, por supuesto, casi todos los fines de semana a compartir los tallarines dominicales y, más que nada, esa atmósfera de cariño y festividad que siempre ofrecían los anfitriones, mis padres.

Armandito, como así lo llamábamos todos, era un hombre de talla media y muy fornido, tanto que siempre nos ganaba a los chicos haciendo barras en los columpios del jardín. Tenía los ojos buenos y era de esa especie de seres que uno no sabe si tienen pelo o si son calvos, y adornaba el labio superior con un bigotito más bien acantosado y ralo. Hablaba con un acento mitad cajamarquino y mitad porteño (había vivido muchos años en Buenos Aires antes de regresar al Perú, y a los chicos nos llamaba “queriditos”). Recuerdo que en uno de esos felices domingos familiares, apareció en el Suplemento Dominical de El Comercio un cuento de Armandito, que se titulaba “Pelé…la gallina”, y que trataba de un zambito de barriada apasionado por el fútbol y que se hacía llamar Pelé (estábamos a comienzos de los sesenta), pero que sus amigos hacían mofa de él y le llamabán “Pelé…la gallina”. No recuerdo el desenlace de la historia, pero sé que era trágico y que al final el niño se muere.
Como yo ya tenía inclinación y admiración por lo literario desde esa edad, le pedí a Armandito que me dedicara y firmara la página del semanario donde se había publicado su cuento. Y ese bolígrafo con el que me dedicó su escrito lo conservé con un orgullo entrañable --por más tiempo aun que el periódico mismo--, hasta que en algún momento de distracción, el azar, que es el tirano que impera sobre todo, me lo arranchó con un ignoto destino.

Armandito, el tío bonachón y apacible, fue durante la Guerra Civil española un comisario republicano en alguna provincia peninsular de la que nunca tuve noticia. En esa época yo no comprendía lo que podía haber significado ser un combatiente en esa sangrienta aventura bélica –realmente entre Alemania y Rusia--, y, por tanto, nunca me espoleó la sesera para imaginar a Armandito matando o mandando a matar gente.

Un día, mientras caminaba por La Paz, a través de un ventanal del restaurante Gambrinus, vi a Armandito, sentado con la tía Coty, ambos cariacontecidos y tomados de la mano. Por discreción no me les acerqué. A los pocos días, cuando apareció en la primera página de El Comercio la noticia del suicidio de Armando Bazán, en la oficina contigua a la del presidente de la República (era secretario de Manuel Prado cuando se destapó los sesos de un balazo), supe, retrospectivamente, que Armandito había estado convencido de tener un cáncer, por más que los médicos le afirmaran que no había razón para suponer tal cosa.

Años después, cuando supe de la ferocidad de los combatientes durante la Guerra Civil española, me quise convencer de una sola cosa: Armandito jamás pudo --o habría podido-- integrar esa patrulla de republicanos que acompañaron al parricida para ametrallar a sus padres.


Ignacio

2 comentarios:

  1. Ignacio se pregunta ¿de qué lado hubiese estado yo durante ese conflicto fratricida? Y él mismo response “Creo que por la Falange, porque, si bien es cierto que esa agrupación creada por José Antonio Primo de Rivera, era de una pura raíz fascista y que estaba apoyada por el nazismo (una derivación del fascismo), por otro lado, combatía la injerencia, la infiltración, comunista en España (y Europa), a través de la ayuda soviética. De haber triunfado el republicanismo, España habría devenido un satélite marxista con una posición estratégica, a la entrada del Mediterráneo, y con lo que eso implicaba en cuanto al trastocamiento de los valores tradicionales de la España de siempre bajo la rígida y cruel autoridad del genocida Stalin.”

    La respuesta es sincera pero quizás ayudada por la distancia y lo sucedido. También pienso como él de que España habría terminado siendo un satélite más de la fenecida URS. Guardando las distancias y deferencias históricas, esa disyuntiva la viví en la Facultad de San Fernando cuando fui invitado a integrar el naciente grupo universitario de Sendero Luminoso y mi respuesta fue negativa porque gracias a mi educación católica me vacune contra todo tipo de ideología. Desde niño no pude comprender algunas consignas o verdades religiosas y muchas veces, en el secreto de mi pensamiento, me revelaba contra ellas. Esa aversión a todo aquello que la razón no entiende fue para mí, escudo de salvación contra la ideología (casi religiosa) del comunismo y me impidió adherir a esa doctrina o al partido. Una disyuntiva semejante se me presentó cuando hacia mi SECIGRA en Tarma y en esa oportunidad mi respuesta fue definitiva “no creo en la lucha armada como medio para tomar el poder” como tampoco creo en el comunismo como una alternativa de poder.

    Ahora bien ¿Cuál hubiese sido mi respuesta en el caso español? Habría estado del lado de la República, pero dentro del pleno respeto de la democracia y de seguro que hubiese roto ese lazo en caso de deriva totalitaria por el simple hecho de mi experiencia católica. Y quizás hubiese terminado en uno de los tantos cementerios clandestinos.

    Emilio
    Paris, 24 de julio 2010

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  2. Ignacio se pregunta ¿de qué lado hubiese estado yo durante ese conflicto fratricida? Y él mismo response “Creo que por la Falange, porque, si bien es cierto que esa agrupación creada por José Antonio Primo de Rivera, era de una pura raíz fascista y que estaba apoyada por el nazismo (una derivación del fascismo), por otro lado, combatía la injerencia, la infiltración, comunista en España (y Europa), a través de la ayuda soviética. De haber triunfado el republicanismo, España habría devenido un satélite marxista con una posición estratégica, a la entrada del Mediterráneo, y con lo que eso implicaba en cuanto al trastocamiento de los valores tradicionales de la España de siempre bajo la rígida y cruel autoridad del genocida Stalin.”

    La respuesta es sincera pero quizás ayudada por la distancia y lo sucedido. También pienso como él, que España habría terminado siendo un satélite más de la fenecida URS. Guardando las distancias y deferencias históricas, esa disyuntiva la viví en la Facultad de San Fernando cuando fui invitado a integrar el naciente grupo universitario de Sendero Luminoso y mi respuesta fue negativa porque mi educación católica me vacuno contra todo tipo de ideología. Desde niño no pude comprender algunas consignas o verdades religiosas y muchas veces, en el secreto de mi pensamiento, me revelaba contra ellas. Esa aversión a todo aquello que la razón no entiende fue para mí, escudo de salvación contra la ideología (casi religiosa) del comunismo y me impidió adherir a esa doctrina o al partido. Una disyuntiva semejante se me presentó cuando hacia mi SECIGRA en Tarma y en esa oportunidad mi respuesta fue definitiva “no creo en la lucha armada como medio para tomar el poder” como tampoco creo en el comunismo como una alternativa de poder.

    Ahora bien ¿Cuál hubiese sido mi respuesta en el caso español? Habría estado del lado de la República, pero dentro del pleno respeto de la democracia y de seguro que hubiese roto ese lazo en caso de deriva totalitaria por el simple hecho de mi experiencia católica. Y quizás hubiese terminado en uno de los tantos cementerios clandestinos.

    Emilio
    Paris, 24 de julio 2010

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