De vez en cuando aparece en el horizonte nacional algún loquito iluminado con complejo mesiánico y cuyas acciones, por lo general, son, por decir lo menos, controversiales.
En 1930, un comandante del Ejército, piurano y mocho de tres dedos de la mano izquierda (perdidos en una refriega politiquera), de temperamento rebelde y belicoso, se levantó en armas contra el gobierno de Augusto B. Leguía con un solo batallón de soldados, en el hipódromo de Porongoche, Arequipa. Su nombre era Luis Miguel Sánchez Cerro y depuso al presidente, quien había gobernado once años como un monarca todopoderoso.
Las circunstancias del levantamiento de Sanchez Cerro fueron muy inusuales en la historia de los golpes de estado en el Perú y, para los seguidores de este militar justiciero y de corte fascistoide, se trató de una gesta épica en los anales republicanos.
Y es que un comandante, o teniente coronel, tiene por encima de su grado jerárquico a los coroneles y a los generales, y su rango, por lo general, no le permite organizar una revolución a nivel nacional. Pero lo que le faltaba a Sánchez Cerro en apoyo logístico y en número de tropas, le sobraba en eso que ponen las gallinas. Así, este comandantito --bajito, moreno y de rasgos mochicas-- se sublevó con una mínima fracción de su regimiento, sin consultar con sus superiores, y demandó que el presidente de la República cesase en sus funciones de inmediato y que se entregase a la justicia para ser juzgado por una serie de cargos que iban desde el latrocinio pasando por el nepotismo, hasta el abuso de autoridad.
Lo que favoreció a Sánchez Cerro fueron dos hechos: el primero, que en 1930 ya funcionaba la radio a nivel nacional, y Lima se enteró en el mismo momento en que se producían las acciones en Arequipa; y el segundo, que el país estaba harto del gobierno de Leguía, que tenía prácticamente cohechados a sus generales creyendo que así se defendía de algún intento golpista.
Cuando, al conocer el levantamiento en Porongoche, el pueblo de Lima salió a las calles y las turbas atacaron el edificio del Palacio de Gobierno, Leguía se apresuró a embarcarse en el buque Grau, insignia de la Armada, para huir al extranjero. Entonces, Sanchez Cerro dio un ultimatum al comandante del Grau, amenazándolo con ordenar a la Fuerza Aérea a que bombardeara el buque si no regresaba al Callao de inmediato y entregaba al presidente. Y así se hizo. Entonces Sánchez Cerro, acompañado sólo de una guarnición de soldados y de sus portentosos cojones, voló a Lima y fue recibido como un héroe nacional, y todos los coroneles y los generales del Ejército se pusieron a sus órdenes.
Sánchez Cerro gobernó hasta 1933, año en que fue asesinado por un sicario aprista, lo cual es otra larga historia.
Probablemente lo que el amigo de Alberto, el desastrado comandante Humala, quiso hacer fue algo similar a lo que hizo Sánchez Cerro --también un comandante--, en 1930. Pero, a juzgar por el relato de los acontecimientos en Locumba, la actitud de este redivivo loquito iluminado --híbrido de serrano con bachiche (sus apellidos son Humala Tasso)-- fue algo circense, torpe y cobarde. Incluyo un fragmento:
"¡Locumba fue gran borrachera!"
"La falsa gesta de los Humala contra Fujimori.
Revelación lapidaria. Declaraciones de los oficiales involucrados en el presunto levantamiento de Locumba del 29 de octubre del 2000, encabezado por Ollanta Humala, demuestran que éste fue una farsa y que antes de la operación corrió mucho licor y hubo desorden entre el regimiento comandado por el hoy candidato presidencial.
Esto se desprende del informe No 001-2000/JMPL/TZJE (de la Segunda Zona Judicial de la Tercera Región Militar), que da cuenta de las declaraciones de los 57 encausados que fueron engañados por el teniente coronel Ollanta Humala y que huyeron en la primera oportunidad por no estar de acuerdo con la acción emprendida por el ex comandante."
Además, la ideología de ambos iluminados es –o fue-- muy distinta. Sánchez Cerro era un fanático nacionalista que enfrentó a un partido nuevo de jóvenes de clase media que le hicieron su mandato imposible y que enarbolaron la estrella marxista de las cinco puntas y adoptaron La Marsellesa como su himno, es decir una izquierda internacionalista.
El movimiento del locumbeta iluminado Humala es lo opuesto: un pseudo nacionalismo (etno-cacerismo) con el apoyo de la izquierda internacional (Chávez y compañía).
O sea, pues, hay una gran distancia entre ambos redentores populares, y lo bueno del asunto, como dice Alberto, es que gracias a su falta de carisma y de neuronas el locumbeta Humala nunca será presidente. Sólo a un burdégano tucumano se le ocurre jugar a levantarse en armas en un pueblo de nombre Locumba. ¡Como para que lo ridiculicen de por vida!
P.D.) Alberto: En la foto que nos incluyes muestras una sonrisita coquetona y de medio lado, que, de no haber aparecido tu humanidad abrazando a Gladys, bien podía haberse interpretado como que te flechó el locumbeta Humala, el mismo que posa orgulloso al medio de sus amiguitos doctores, quienes le rogaron una fotito juntos para pasar a la Historia. ¿Le pidieron su autógrafo también?
Ignacio
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