Sálvese quien pueda

Tobi y los chicos malos del oeste



jueves, 5 de agosto de 2010

Respuesta a Norela (Una fiesta sin fraude)

Norela:

Comprendo tu apasionamiento cuando se trata de denostar a las corridas de toros, pues sé que eres amante de los animales en general y eso revela tu buen corazón. Por eso también trato de comprender tus sentimientos encontrados cuando te comes a cualquiera de esos seres que han tenido vida y que, una vez muertos, pasan desde tu boquita de caramelo hasta tu sigmoides para expelerlos a pujos.
Creo que los únicos honestos amantes de los animales son aquéllos que renuncian –literalmente— a vivir de ellos. Vida por vida. Pero surgiría un problema con los vegetarianos: hay investigaciones que demuestran que las plantas son sensitivas y hasta algunos experimentos apuntan en el sentido de que son perceptivas y que reconocen a los malvados que las pisotean o que arrancan sus hojas. Tampoco habría que comer a esos seres vivos. Sólo sal y agua.

El toro nace para ser comido o para ser uncido y labrar la tierra. ¡Qué destino tan cruel ése de arrastrar el arado año tras año, en días de frío o de calor! O el de ser encajonado por años, como los terneros, para atrofiarles los músculos y poder comerlos blanditos. El toro de lidia vive a cuerpo de rey por cuatro años, libérrimo y bien alimentado en la dehesa, para pelear veinte minutos en la plaza. Habría que ser un toro para saber qué es preferible en términos de dolor y sufrimiento.

No te puedo discutir que la tauromaquia es un rito bárbaro. Es tan cruel como la naturaleza misma, en donde todo es lucha por la supervivencia y en donde el juego consiste en comerse los unos a los otros.

¿Que yo hubiera sido un asistente al circo romano? Quizás. Pero ver morir a dos hombres me toca más que la sangre de un toro. Eso mismo me ocurre cuando veo una pelea de box y uno de los púgiles cae fulminado a la lona. Cierto que ha ido voluntariamente a su sacrificio, pero eso no quita la mayor piedad que siento por sus neuronas muertas a la que tengo por el arrastre del toro. Cuando veo a Mohammed Alí muerto en vida por los golpes recibidos siento una tristeza que nunca he sentido luego de haberme comido un churrasco del mismo bovino que vi en la plaza el día anterior.

Las corridas de toros van a desaparecer, pero no será en mi tiempo de vida, y eso me consuela. Mientras, te confieso que admiro la estampa y la bravura de esos animales gladiadores que salen a la arena a matar y morir en una cruenta re-edición estética de lo que es la naturaleza, de lo que es la vida misma, con o sin civilización.



Ignacio

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